"Agustín Guzmán Stanoff, 2018."
El sábado tuve la oportunidad de ir a la edición 33° del Festival Internacional de cine de Mar del Plata. Estando tarde para la función de las 12:00, naturalmente decidí ir directamente a la de las 15:00. Al llegar a la boletería, me encontré con que las escasas funciones de ese día ya estaban agotadas. Lo cual no fue ni de cerca un problema. Se me facilitó un folleto y un libro con la programación completa del festival. Desde que posé mis ojos sobre esa lista informativa, todo fue éxtasis. Las posibilidades, los mundos por descubrir eran rebosantes, tentadores. Paraíso y calma para un endeble joven estudiante de cine.
Luego de comprar 4 boletas para el domingo, me dirigí hacia el cine del Paseo para comprar un último ticket y terminar de componer la maratón cinematográfica. La idea era ver la mayor cantidad de cine posible, en el tiempo que la vida me permitió estar en este festival. Dejaría el alma y el cuerpo en una sala de cine. Qué mejor lugar para hacerlo que allí. Lugar donde la magia inunda mis venas, dónde la luz renace. Lo umbrío de verdad, lo que parece carecer de vida, encuentra la vida en destellos impulsados por la sinestesia que esa pantalla ensoñadora genera en mí.
Entrando a la primera función, me topé con una sala de cine diferente, pequeña, oscura y escalonada. La primera película ya había comenzado y parecía difícil encontrar un lugar para sentarme. Un hombre que había entrado antes que yo, retrocedió sus pasos y salió del recinto. Yo me fui con él, y me detuve detrás de la pared de la sala. Todo estaba oscuro. Entrar o no entrar esa era la cuestión. Si me iba, iba a ser un cobarde. Yo un cobarde no soy y menos cuando de cine se trata. Enfrenté la ansiedad del momento y fui a buscar asiento. En la oscuridad, casi me siento arriba de una persona. Finalmente, pude conseguir un asiento y sumergirme en un maravilloso viaje.
Bellas imágenes se veían en la pantalla: una iluminación solar, y una imagen a 16 mm con una textura y un sonido ambiental llevadero. Y el corto terminó. Pocos minutos fueron los que pude ver de “Ada Kaleh”, el cortometraje dirigido por la alemana Helena Wittman. Contemplar a esta directora hablando en español fue una de las experiencias más dulces y alentadoras de este año. Porque el cine es eso. Es gente ayudando a vivir a otra gente. Gente influyendo en la vida de otra gente, mediante un lenguaje que sigue ampliando sus límites según pasa el tiempo. Y el tiempo para el cine, como para todo, es fundamental.
La pantalla se torna negra luego del final del primer cortometraje. Es hora del segundo film. Es hora de la segunda experiencia del día. ¿Qué verán mis ojos allí? ¿Qué escucharan mis oídos? ¿Mi alma será acariciada?
Crítica Casanovagen (2018)
Y sí, si lo fue. Después de los logos de cine alemán y algún que otro festival germano comenzó el film Casanovagen de Luise Donschen. El primer plano, para mí el mejor de todo el film, es el más bello que he visto en una pantalla de cine este año. No en cuánto a carga emotiva, sino en lo que respecta la composición, el color, el sonido. El río y las barcas forman imágenes de ensueño, es como ver una hermosa fotografía en movimiento. Ese movimiento le otorga una belleza incomparable. El personaje disfrazado entra en cuadro, y la imagen duplica su potencia. Esta escena pareciera no estar arraigada al tiempo hasta que unos niños irrumpen a tomarle fotos a ésta figura pseudodivina ¿Quién será este personaje?¿Qué hace allí? Poco importa para la estructura de este film, su presencia se sintió, se hizo notar y allí estuvo. Vivo. Dando comienzo de la mejor manera posible, a una serie de escenas que oscilan entre lo sensorial, lo documental y lo ficcional. Escenas heterogéneas entre sí, pero conectadas todas abordando las temáticas del deseo y la sexualidad de la mujer. Desde el apareamiento de pinzones, hasta el placer sadomasoquista de un hombre con su dominatrix, pasando por charlas juveniles, intercambios en una discoteca y una entrevista al actor John Malcovich por parte de la propia Donschen. El resultado es una obra formidable, cuya originalidad se encuentra en la variedad de propuestas. Logra generar interés en cada una de las secuencias presentadas. Una gratísima sorpresa.
Calificación “Casanovagen”: 4,5 de 5.
Crítica Harold y Maude
Próxima película de la travesía; Harold y Maude (1971, dirigida por Hal Ashby): un himno a la vida, una película maravillosa, de las mejores que vi este año y en mi vida entera.
Harold es un joven sin ganas de vivir. Maude es una mujer longeva enamorada de la vida, decidida a vivirla con la mayor intensidad posible.
El personaje de Harold se “suicida” numerosas veces a lo largo del film, para llamar la atención de su madre. En un contexto de comedia negra, la película trata desde el comienzo temáticas ancestrales como la muerte y el amor. El film comienza con un plano de Harold ahorcándose con una soga en su propia casa y termina con un plano del mismo personaje tocando el ukelele en los verdes pastos de un barranco. Este comienzo y final, consolidan una muy acertada decisión del director, que durante el desarrollo del film, invita a la reflexión logrando por momentos un tono solemne y dramático. Esta mezcla de tonos está muy bien lograda y el resultado es formidable, la película no decae en ningún momento y brillan sus interpretaciones. Uno logra empatizar con los personajes y querer a la singular pareja. En definitiva, una comedia negra excelente, que juega con la muerte, se ríe con ella e invita a la reflexión y a la revalorización de la vida. Estamos vivos. Vivamos.
Calificación “Harold y Maude” : 5 de 5